martes, 24 de abril de 2018

Vivencias en un carro trasnochado


Cortesía: https://www.pinterest.com/pin/442760207090570587/

Por: Héctor Camacho Aular.

Cuando apareció, por primera vez en la ciudad, aquel fabuloso Chrysler Imperial 1959 conducido por el reputado médico fundador de la primera clínica que funcionó en el estado, se convirtió al instante, en un vivo espectáculo. Era un lujoso carro color terracota dotado en su interior de asientos mullidos y de un moderno recetario con botones automáticos para ser utilizados en apremiantes circunstancias. Gozaba también de una amplia maletera elegantemente escoltada en su exterior por dos enormes colas a los lados. Además tenía cuatro rines con tapas muy brillantes. De allí la fama de ser un automóvil “Sweet drive”.  Su flamante dueño, al final de la tarde solía recorrer en él  todas las calles y avenidas de la ciudad,  tenía la costumbre de colocar siempre su largo brazo izquierdo en la puerta de conducir. Llegada la noche guardaba su coche religiosamente en el espacioso garaje de su residencia y, de inmediato, colocaba un inmenso candado en la puerta del mismo. Al entrar a su habitación encendía de inmediato el televisor, para enterarse de las noticias recientes  hasta quedarse profundamente dormido.

Todos los fines de semana, el más travieso de sus hijos, esperaba nerviosamente que su padre cayera en los brazos de Morfeo para salir a pasear en el llamativo automóvil, en compañía de sus dos fieles amigos. Como era de imaginarse logró sacar, a escondidas, copias de las llaves tanto del carro como del candado del portón. En una ocasión, para lograr  sacarlo del garaje, lo empujaron sin prenderlo con la mala suerte de que su parachoques trasero derribó la pared de la casa de enfrente. Muy temprano en la mañana al atribulado vecino  se le escuchó decir, con resignación: “Ese fue el doctor que tuvo que salir, para atender una emergencia. No le diré nada. Afortunadamente tengo bloques y cementos de sobra”.

En otra oportunidad, el inquieto hijo salió a parrandear con sus inseparables amigos en el elegante Imperial hasta altas horas de la madrugada. Terminada la farra,  para guardar el carro inmediatamente abrieron y cerraron el portón sin hacer ruido .Luego cuando se disponían a sacar de la maletera las cajas de cerveza vacías se les asomó por la ventana el angustiado doctor mostrándole a los muchachos  una gruesa correa dominicana y en tono enérgico les dijo: “Espérenme allí que les voy a enseñar cómo se baila el merengue ripiao”. Sus amigos al escuchar semejante invitación uno, saltó por encima del garaje y, el segundo,  corrió por el tejado de la casa del otro vecino, logrando romper en su huída ciento cuarenta y dos tejas en cuestión de segundos.

Años después, otro famoso carro coparía la escena en la ciudad. Esta vez, sería el automóvil con motor niquelado propiedad del excéntrico comandante de la policía de la región. Pero esa será otra vivencia más para contar.

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