miércoles, 8 de julio de 2020

TRES VALSES EMBLEMÁTICOS DEL PUEBLO VENEZOLANO


Por: Héctor Camacho Aular
El sonido del vals con todos sus asombros tiene su nacimiento en la Europa central. No se tiene fecha precisa cuando llegó a Venezuela. En tal sentido, el destacado musicólogo José Antonio Calcaño, en su obra “La ciudad y su música” (Monte Ávila Editores, 1985), nos apunta que fue en el tercer cuarto del siglo XIX, cuando se impuso el valse entre nosotros. En Venezuela, al igual que otros países latinoamericanos, este mágico sonido adquirió una riqueza rítmica desconocida en Europa, gracias al  trabajo sostenido de destacados músicos de la nación. En sus comienzos, nuestros valses estaban constituidos fundamentalmente por dos partes: una primera, melancólica compuesta en tono menor y una segunda, realizada con un ritmo más vivo y enaltecedor expuesta en tono mayor. Con el tiempo, nuestro vals se fue afianzando en todo el país y de allí que no resulte temerario afirmar que no existe en Venezuela una región o pueblo que no tenga su vals emblemático.
A inicios del siglo XX, aparecen los primeros valses populares de tres partes realizados por un grupo de innovadores compositores. Tal es el caso del músico margariteño Vicente Cedeño, que en 1905, compuso el dinámico vals Castro en Margarita. Dicho título surgiría después de ejecutarlo con la orquesta bajo su dirección, en una recepción oficial que le brindara la sociedad margariteña al Presidente de la República, general Cipriano Castro y éste al terminar de oír la pieza le preguntara al compositor Cedeño, por el nombre del vals y el músico, sin titubear, le respondería: Castro en Margarita.
En el año de 1922, el trujillano Laudelino Mejìas, quien para entonces dirigía la Banda Lamas de Valera estrena, en la Plaza Bolívar de esa localidad, su fogoso vals Conticinio. Dicha pieza tuvo como fuente de inspiración a la profesora de música de apellido Mónera, de quien su compositor estaba enamorado. Años después, se llevó a cabo un concurso, auspiciado por Radio Trujillo, para ponerle letra al mencionado vals, resultando ganador el barinés Egisto Delgado. En la década de los años setenta el vals Conticinio es grabado por el tenor popular valenciano Eleazar Agudo formando parte del L.P “Conticinio” (Discoteca, 1973), convirtiéndose, al poco tiempo, en un rotundo éxito.
En la inolvidable década de los años veinte, el músico y compositor yaracuyano Rafael Andrade luego de restablecerse de una grave enfermedad que lo mantuvo, por varios días, en los límites del más allá compone un vigoroso vals estructurado en tres partes, con el nombre de Renacimiento, dándolo a conocer, en primera instancia, en las frecuentes  fiestas familiares organizadas en la casa sanfelipeña  de Juana de Zerpa. Luego a inicios de la década siguiente, Manuel Rodríguez Cárdenas, amigo y compañero de parrandas del músico le pone letra al vals y, de paso, le cambia el nombre por el de Morir es nacer. Dicha composición fue estrenada oficialmente el 16 de julio de 1932, día de la Virgen del Carmen, en la voz de Antonio María Domínguez Rivero, acompañado por el conjunto de Rafael Andrade. En 1952,  la orquesta larense Pequeña Mavare, dirigida por Juancho Lucena, realiza la primera grabación instrumental de Morir es nacer, en un disco de 78 rpm patrocinado por el sello REHADiez años después, la voz del marabino Mario Suàrez, lleva al acetato la primera grabación cantada de éste vals, acompañado por la orquesta de cuerdas dirigida por el maestro Billo Fròmeta. Posteriormente, en la década del setenta, el cocoroteño Ceferino Romero se convertiría en el primer yaracuyano en grabar este inolvidable vals, el cual forma parte del larga duración “Ceferino Romero. Morir es nacer” (FAVEDICA, 1972).

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