martes, 6 de diciembre de 2022

¡AQUELLOS FUEGOS ARTIFICIALES EN NAVIDAD!

Por: Héctor Camacho Aular.

   En la ciudad de San Felipe y sus alrededores a comienzos de la segunda mitad del siglo XX, fue muy llamativa la costumbre de los jóvenes de la época la de comprar, en las pulperías del pueblo, distintos fuegos artificiales para animar con su encendido las festividades navideñas. Para entonces, dicha mercancía era vendida libremente en las populares bodegas de: Segundo Yánez, Antonio Rodríguez, Julián Alejos, Alfonso Rivero, Cruz Galíndez, Etanislao Veroes, Nicasio Parra, Mundo Estrella, Hipólito Sequera, entre las más visitadas. Allí exhibían para selección de los clientes variados y atractivos fuegos artificiales, tales como: saltaperico, triqui-traqui, barreno, volcán , trabuco, estrellitas, cohetes, tumba-rancho, saltarín, cebollita, raspa-raspa, silbador, luces de bengala, recámara, martillito y el ruidoso mata-suegra.

   Formalmente, la compra y encendido de estos fuegos artificiales comenzaba en los populosos barrios el 16 de diciembre, día de la primera misa de aguinaldo, para terminar el 6 de enero, en la noche de Reyes. Durante éste lapso festivo, algunos zagaletones de los vecindarios se atrevían a colocar y encender tumba-rancho, en horas de la medianoche, en el zaguán de ciertas casas para luego salir corriendo velozmente del lugar y presenciar, desde lejos, la salida furiosa del dueño de la casa en calzoncillos con una vera en la mano, con la finalidad de identificar y agarrar a los autores de la graciecita explosiva.

   Por su parte, las abuelas de cada vecindario, al enterarse de la compra y encendido de fuegos artificiales por sus nietos, con suprema autoridad, sentaban a cada uno de ellos en una silla de cuero para aconsejarlos  y decirles en forma clara y tajante: “Tengan mucho cuidado cuando vayan a encender el barreno porque se le pueden volar la yema de los dedos de la mano”.

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