Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/6b/Ford_Cortina_KTO959E.jpg |
Por: Héctor Camacho Aular
Nadie imaginó que aquel modesto Ford Cortina
se convertiría en el centro de inolvidables ocurrencias en su exótico
escenario. Fue bautizado, solemnemente por los amigos del dueño, como el
Yagalín. En breve tiempo, se convirtió en el vehículo oficial de prestigiosos
serenateros, bajo la mirada cómplice de muchas lunas ebrias. A pesar de tener
un reducido espacio interior fue capaz de alojar a corpulentos músicos con sus
guitarras, bebidas, cavas y enormes ollas de condumios para disfrutar la
madrugada. Era un automóvil dotado de una extravagante carrocería y con un
motor muy terco a la hora de prenderlo, además estaba dotado de un seguro
blindado en la maletera. Rápidamente, el pueblo
fue conociendo de sus andanzas y mucha gente al verlo, exclamaba con
emoción: “Allá viene el Yagalín”.
Su dueño, todas las mañanas, tenía como costumbre
tocar con su guitarra temas de música sureña, en la entrada de la puerta
principal de su casa. Un día un vendedor ambulante se le acercó para ofrecerle,
muy respetuosamente, una robusta lapa recién sacrificada que había capturado en
la montaña y él, sin pensarlo dos veces, la compró. Muy entusiasmado, la llevó a la cocina para adobarla con finas
hierbas milenarias, ají peruano y, al final, la bañó completamente con un exquisito
vino procedente de la pampa argentina. Llegado el atardecer, metió su lapa
condimentada en la maletera del Yagalín. Luego partió rumbo a una conocida
granja del norte de la ciudad, donde lo esperaban sus amigos de farra para
compartir otra noche de bohemia. Cuando apenas había ingerido cinco tragos, el
eufórico músico no aguantó la sorpresa que tenía escondida y, sin titubear,
manifestó: “Tengo una lapa adobada en la maletera”. Media hora después, uno de
los bohemios, muy discretamente, se ausentó del grupo logrando abrir la
maletera del Yagalín con una pequeña
cabilla afilada, seguidamente la llevó a hornear en la casa de una amiga.
Esa noche, el músico cheff parrandeó con sus
amigos hasta la medianoche, luego retornó a su casa muy risueño manejando su
oloroso Yagalín. Al llegar, inmediatamente abrió la maletera del carro y, para sorpresa, no encontró la lapa. Como no pudo
dormir, drenó toda su indignación interpretando en su guitarra zambas,
milongas, tangos y valses peruanos. Tres días después, volvió a encontrarse con
sus amigos en la conocida granja y, sin mediar palabras, exclamó a todo pulmón:
“Quién fue el autor del robo de mi adobada lapa porque a esa persona quiero dedicarle
una chacarera y celebrar con todos ustedes la graciecita”.
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