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lunes, 2 de julio de 2018

Parrandeando en "El Yagalin"

Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/6b/Ford_Cortina_KTO959E.jpg


Por: Héctor Camacho Aular
Nadie imaginó que aquel modesto Ford Cortina se convertiría en el centro de inolvidables ocurrencias en su exótico escenario. Fue bautizado, solemnemente por los amigos del dueño, como el Yagalín. En breve tiempo, se convirtió en el vehículo oficial de prestigiosos serenateros, bajo la mirada cómplice de muchas lunas ebrias. A pesar de tener un reducido espacio interior fue capaz de alojar a corpulentos músicos con sus guitarras, bebidas, cavas y enormes ollas de condumios para disfrutar la madrugada. Era un automóvil dotado de una extravagante carrocería y con un motor muy terco a la hora de prenderlo, además estaba dotado de un seguro blindado en la maletera. Rápidamente, el pueblo  fue conociendo de sus andanzas y mucha gente al verlo, exclamaba con emoción: “Allá viene el Yagalín”.

Su dueño, todas las mañanas, tenía como costumbre tocar con su guitarra temas de música sureña, en la entrada de la puerta principal de su casa. Un día un vendedor ambulante se le acercó para ofrecerle, muy respetuosamente, una robusta lapa recién sacrificada que había capturado en la montaña y él, sin pensarlo dos veces, la compró. Muy entusiasmado, la  llevó a la cocina para adobarla con finas hierbas milenarias, ají peruano y, al final, la bañó completamente con un exquisito vino procedente de la pampa argentina. Llegado el atardecer, metió su lapa condimentada en la maletera del Yagalín. Luego partió rumbo a una conocida granja del norte de la ciudad, donde lo esperaban sus amigos de farra para compartir otra noche de bohemia. Cuando apenas había ingerido cinco tragos, el eufórico músico no aguantó la sorpresa que tenía escondida y, sin titubear, manifestó: “Tengo una lapa adobada en la maletera”. Media hora después, uno de los bohemios, muy discretamente, se ausentó del grupo logrando abrir la maletera del Yagalín  con una pequeña cabilla afilada, seguidamente la llevó a hornear en la casa de una amiga.

Esa noche, el músico cheff parrandeó con sus amigos hasta la medianoche, luego retornó a su casa muy risueño manejando su oloroso Yagalín. Al llegar, inmediatamente abrió la maletera del carro y, para  sorpresa, no encontró la lapa. Como no pudo dormir, drenó toda su indignación interpretando en su guitarra zambas, milongas, tangos y valses peruanos. Tres días después, volvió a encontrarse con sus amigos en la conocida granja y, sin mediar palabras, exclamó a todo pulmón: “Quién fue el autor del robo de mi adobada lapa porque a esa persona quiero dedicarle una chacarera y celebrar con todos ustedes la graciecita”.

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