Por: Héctor Camacho Aular.
Una mirada retrospectiva a las fiestas bailables celebradas en las casas de familia en la década romántica de los años 50 del siglo XX, nos lleva a evocar aquellos preparativos que realizaba el dueño de la misma, para llevar a feliz término dicho festín. Desde muy temprano en la mañana, la sala principal de la casa era aseada con abundante jabón y agua, para luego secarla completamente y agregar al piso esperma caliente proveniente del calentamiento de velas derretidas, culminando la operación haciéndole pasar al piso un trapo lanoso limpio hasta dejarlo pulido y muy brillante. Mientras tanto, el jefe de la casa se encargaba de traer las botellas de ron y varias cajas de cervezas calientes que inmediatamente colocaba en un colorido pipote, al cual le agregaba sendos bloques de hielo, previamente picado, aserrín y un saco vacío para tapar el contenido.
Mientras tanto, en el rincón de la sala estaría el sonoro pick-up y, al lado, una mesita para colocar los discos de moda que disfrutarían durante toda la noche. En esa improvisada colección musical nunca faltaban los éxitos de la Billo´s Caracas Boys, la Sonora Matancera, Benny Moré, Pérez Prado con su mambo y muchos otros. En la noche de la fiesta, las tradicionales luces de la sala eran reemplazadas por enormes bombillos de 500 W, quedando, de esta manera, el recinto totalmente iluminado como estadio de beisbol.
Por su parte, la anfitriona de la casa tenía la tarea de preparar el suculento sancocho de gallina negra, el cual algunas veces cruzaba con carne de res y patica de cochino, para servirlo a la animada concurrencia al filo de la medianoche. A partir de las ocho de la noche, comenzaban a llegar los invitados siendo recibidos formalmente en la entrada por los anfitriones elegantemente vestidos. A partir de allí, la consigna era “a bailar y gozar hasta que el cuerpo aguante”.
Con la llegada de la democracia a Venezuela, las fiestas hogareñas cambian radicalmente el formato organizativo antes narrado.
En efecto, a comienzos de los revolucionarios años 60, los saraos caseros se transforman de la noche a la mañana en las “fiestas de contribución”, las cuales tenían como atractivo principal que todos los asistentes a la misma estaban en la obligación de colaborar con algo para la celebración. A los caballeros se les pedía traer la bebida alcohólica y a las mujeres los pasapalos. Esta vez el dueño de la casa no participaba directamente en la organización del festejo. El decorado de la sala del baile contaba con luces discretas colocando el pick-up estéreo y los discos, en un rincón. Ya entrada la noche, los caballeros invitados llegaban con su botella de ron envuelta en bolsa de papel y la entregaban a una de las damas organizadoras. Minutos más tarde, en la cocina de la casa era preparada en una olla grande la bebida central de la noche donde mezclaban ron, limón, coca-cola y amargo de angostura, la cual se servía con hielo a los invitados.
Para esa época, la música de moda estaba centrada en: la Billo´s Caracas Boys, con su renovada orquesta de la “Tercera República” y sus cantantes Cheo García y Felipe Pirela; Tito Rodríguez y su Charanga, que en uno de sus LP mostraba en la contraportada, los pasos diagramados para bailar correctamente el ritmo de la charanga; Fajardo y sus Estrellas; la orquesta Los Melódicos; la música de la nueva ola de Enrique Guzmán con los Teen Tops; Miriam Makeba, cantando el Pata-pata y el disco del cantante Chubby Checker con su ritmo de twist .
En aquellas “fiestas de colaboración” de los años 60, algunos bailarines ejecutaban pasos extravagantes que eran muy aplaudidos por los asistentes. Uno de estos pasos coreográficos lo constituía la famosa “tijereta”, donde el bailarín estiraba ambas piernas a la vez hasta llegar al ras del suelo para luego volver a recogerlas, con elegancia, hasta volver a la posición natural. Ésta pirueta practicada por los jóvenes de la época, la aprendieron viendo las películas mexicanas del famoso cómico y bailarín Resortes, quién la hacía, con frecuencia, en los roles musicales asignados. Entre tanto, las muchachas de la fiesta al bailar el Pata-pata, movían armoniosamente el vientre de la misma manera como lo hacía la artista africana en la televisión.
También en estos festejos, era aprovechado, en muchas ocasiones, para el “bautizo de muñeca”, que consistía en ponerle el agua bautismal al juguete en presencia de los padrinos elegidos. A esas fiestas de igual forma asistían, en época de vacaciones, algunos cadetes elegantemente trajeados con el uniforme de su escuela, quienes al entrar se convertían en el foco de atracción de las mujeres presentes, originando la protesta entre los hombres, quienes murmuraban en voz baja: “Estos tipos si son avispaos: nos bailan a las muchachas, beben toda la noche y de paso no ponen una ¡Que riñones tienen! ".
Fueron muchas las ocurrencias derivadas de estas celebraciones. Una de ellas, cuando en la fiesta alguien despechado al ver que la novia bailaba con otro, sin su permiso, o por otra causa, de inmediato, regaba secretamente pelusas de pica-pica por toda la pista de baile, produciendo al instante fuerte picazón en todo el cuerpo a los bailarines. Ante tal hecho, muchos abandonaban la fiesta, otros en cambio, querían saber quién fue el autor de la “graciecita”, para darle hasta en la cédula.
Otras veces, era servido un inesperado sancocho de gallina, proveniente de la cría de un solar de una familia ligada a unos de los invitados de la fiesta, quién ignoraba tal hurto. Precisamente a éste se le servía primero, sin decirle nada, y al final de la comelona le confesaban la travesura..
Las fiestas de colaboración de los años 60, duraron alrededor de cinco años para luego dar paso, a mediados de la década, a las estrafalarias fiestas psicodélicas llenas de faros luminosos de distintos colores salpicadas de un sonido irreverente, éstas lograron imponerse ante la juventud reinante ávida de nuevas emociones y sensaciones.
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