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Por:
Héctor Camacho Aular.
Muy
temprano en la mañana, después de varios años sin verle, logró encontrarse con
uno de sus antiguos compañeros de estudios en la universidad. El momento fue
propicio para invitarlo a un café y aprovechar la ocasión para evocar con él,
aquellas memorables travesuras que tantas veces celebraron en los bares céntricos
de la ciudad, bajo la fiel consigna ¡viva la bohemia! Sin mucha prisa,
comenzaron a desempolvar de la carpeta mental de aquellos tiempos encontrando
en ella cartas, telegramas, encomiendas, fotos, películas y una ruma de discos
viejos de la época, además de rescatar, muchas hojas sueltas impregnadas de
vetustos poemas, inspirados en la famosa Pandilla de Lautréamont. En horas del
mediodía, decidieron continuar su plática en la antigua casona gastronómica
universitaria, donde terminaron saboreado
una abundante parrilla, acompañada de varias cervezas y al compás de la mejor música instrumental
de los años 60. Ambos coincidieron en descansar el resto de la tarde, no sin
antes, comprometerse a reanudar la conversación en la decana taberna del
estudiante, a comienzos del anochecer. Al llegar allí, celebraron efusivamente
su casual encuentro con varias botellas
del mejor vino del negocio.
Finalmente, en horas de la madrugada, salieron del lugar abrazados y
recitando a dúo, el poema Guerras Solitarias “A veces uno cae en guerras
solitarias/y es tan fácil descender con alas imprevistas/en el aeropuerto
contento de la noche/…” de Orlando Flores Menessini.
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