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domingo, 7 de abril de 2019

Dulces caseros antañones

Foto cortesía de: https://superpola.com/recetas/dulce-de-lechosa/


Por: Héctor Camacho Aular.
   Una vieja costumbre muy arraigada en los hogares venezolanos es la de preparar  sus dulces caseros. Será en el período de la Colonia cuando se darà inicio, formalmente, a la dulcería criolla a base de frutas, esto coincide con la aparición de los primeros sembradíos de caña de azúcar en el país. Rápidamente, el pueblo asimiló la sana costumbre de degustar distintos tipos de dulces tanto en las comidas como en otros momentos gratos. En sus comienzos, la fuente de calentamiento utilizada en  la preparación de estas delicateses  eran los antiguos fogones y el tradicional horno de ladrillo y adobe, para luego pasar a las cocinas que utilizaban kerosene como combustible y finalmente serían sustituidas  por las que emplean gas doméstico. De esos dulces caseros antañones perduran en el tiempo los de lechosa, piña, martinica, cabello de ángel, durazno, higo, entre otros. Además de las  tortas de cambur, auyama, jojoto y  guanábana aparte de los postres conocidos como: manduca, torreja, pavito, cocada, buñuelo, suspiro, polvorosa, coquito, bocadillo, alfeñique, quesillo y la famosa cantinollora.

   El estado Yaracuy, en el pasado siglo XX, contó con la presencia en todo su territorio de distinguidas expertas en el trabajo artesanal de la dulcería y repostería. Ellas elaboraban y vendían  sus productos en sus propias casas y otras veces lo ofrecían a la bodega del barrio, para su comercialización. En San Felipe y sus alrededores, a finales de los años cincuenta, por ejemplo,  tuvo mucha clientela en la ciudad el exquisito dulce de lechosa  preparado por la maestra sanfelipeña  Carmen Sequera de Domínguez así como también las deliciosas conservas de coco elaboradas por la dulcera artesanal Victoria Contreras de Aular, sin olvidar, los sabrosos pan de horno, preparados por las recordadas oficiosas Elisa Unda y Palmenia Goyo con  harina de maíz cariaco, y tostándolos finalmente en sus fieles hornos de adobe y ladrillo.

   A lo antes expuesto, hay que mencionar, con justicia, el laborioso aporte  que han dejado las otras grandes dulceras y reposteras de los demás distritos y municipios de la región, quienes forman parte también  del patrimonio artesanal azucarado yaracuyano.

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