Por: Héctor Camacho Aular.
Foto: La rezandera María Maduro
La tradición expresa de rezar el rosario a los difuntos durante el velatorio y en los novenarios, siempre ha sido presidida por el rezandero del lugar, en sana compañía con los familiares y personas allegadas al fallecido, quienes de manera coordinada responden en coro las oraciones respectivas. A lo antes expuesto habría que agregar, con justicia, que el oficio de rezandero ha sido ejercido tanto por hombres como por mujeres de reconocida fe católica. En Venezuela, en especial en el estado Yaracuy, han sido muchos los que se han dedicado a ésta noble actividad y de allí que la historia oral de su capital San Felipe no podrá olvidar nunca a las rezanderas: María Maduro, Inés Teodelinda Pulido de Freitez, María Genoveva Castillo, Josefina Domínguez de Muhleman, Palmacia Parra, Tirsa Berris de Carrera, María Gregoria Colmenares, Juana de Yarza, Cayetana Fernández, María Garcés , Flor Tejera, a quién Israel Jiménez Emán le dedicara el poema Mayo en la memoria (“ …Siempre ahí / inmortal a la cabeza del féretro / plañendo las memorizadas letanías /que tardé tanto años en descifrar / las que te llevaron a ser la dueña y ama / de cuanto novenario hubiera más allá de los límites / de Punta Brava y Monte Oscuro..”), Norelis Puertas, Luisa Tovar y otras más. Tampoco dejará de nombrar a los rezanderos: Raimundo Mendoza, Mateo Pacheco (“Pachequito”), Bruno Ramírez, Juan Arias, Teodoro Campos, Alberto Osorio, Luis Labrador y muchos otros. Por su parte, el pueblo de Cocorote siempre recordará a: Sebastián Oviedo, Ramón Rodríguez, Eugenia Ortiz, Antero Torres, Cayetana y Juana María Oviedo, entre tantos. Era costumbre en suelo yaracuyano durante el siglo XX, que los rosarios de los novenarios comenzaran a las ocho en punto de la noche, para el cual el oficiante del rosario se sentaba justamente al frente de un vistoso altar, decorado apropiadamente para la ocasión, a su alrededor, los familiares y amigos que acompañarían el rosario. En la última noche, eran rezados tres rosarios y era costumbre, en el descanso de las plegarias, servir café, chocolate, galletas y queso a los asistentes.
En el estado Yaracuy la honorable cofradía de rezanderos y rezanderas también se ha hecho presente en las demás comunidades que forman el valle fértil de nuestro suelo. De allí que no podríamos dejar de nombrar, por ejemplo, en Aroa a los expertos del rezo: Gregorio Vargas, José Antonio Oviedo, Margarita Ochoa, Eduardo Freitez y María López; por las tierras de Chivacoa a Alejandro Montilla, Agustín Pérez y Ramón Díaz; en Guama a la trova religiosa constituida por Demetrio Parra Guevara (“Tun Tun”), Simona de Díaz, Teodolinda Mora (“La niña Teo”), Ifigenia de Barico, Esther Camacho de Pérez, Isabel Espinoza y Gertrudis López; en Urachiche a las rezanderas Yocasta Díaz, Bartola de Yépez, Zoila Chávez y Eufemia de Ballester además de recordar a José Navas con su estilo de rezar “cantaíto”. En la acogedora Nirgua a las rectoras piadosas: Julia Campos, Félix Caro, Julia Rojas y al rezandero de la nueva generación Carlos Mujica. Por supuesto, sin dejar de nombrar a Yaritagua, con sus baluartes religiosos: Mercedes Barrios de Tovar, Felicita Montilla, Inés Peña (”La niña Inés”), María Mujica, Bartolo Antillano y Ricardo Antillano.
Las rezanderas y rezanderos, con su oportuno servicio religioso a la comunidad, han sido el puente espiritual para saborear con intensidad los aromas exquisitos del poder de la fe, la esperanza y el amor, a través de la oración compartida que será en esencia el pilar fundamental para alcanzar, tarde o temprano, la esperada felicidad eterna en el luminoso paraíso de los sueños posibles.
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