Por: Héctor Camacho Aular.
La guitarra de Gregorio Gerardo parece estar protegida e imantada por una fuerza sobrenatural cósmica poderosa, la cual impide la separación definitiva de su legítimo dueño. En el archivo de la inmensidad del recuerdo reposa lo ocurrido aquella noche en el porche abierto de su casa, justo en el momento cuando se disponía a ensayar la complicada Danza Paraguaya, de Agustín Barrios Mangoré, y en forma inesperada, sin previo aviso ni justificación, un guitarrero de lo ajeno le arrebató su fiel guitarra completamente desnuda para luego huir calle abajo, en veloz carrera, hasta desaparecer ante la mirada cómplice de las sombras. Después, se supo que éste enigmático personaje la utilizaría como bongó para tocar largas sesiones de bachata, merengue ripiao y reggaetón transoceánico durante toda la noche, para celebrar el cumpleaños de la novia de un amigo.
Afortunadamente, muy temprano en la mañana, pasaría por allí el elegante Don Paúl de la Riviera, quien al ver en el piso aquella guitarra arañada rodeada de botellas vacías de cocuy, exclamaría con asombro; “Qué hace la lira de Gregorio Gerardo por estos lares”. De inmediato, procedió a tocar la puerta de aquella extraña residencia y al salir el dueño le pidió, casi rogando, que le vendiera el instrumento y, sin pensarlo dos veces, el supuesto propietario accedió a vendérsela por la módica suma de 469 bolívares . Ese mismo día, se la devolvería a Gregorio Gerardo y éste, en gesto de agradecimiento, le tocaría para él, en solitario, una suite de valses de su autoría que al comenzar a escucharla su salvador musical se quedaría profundamente dormido.
Meses después, volvería el mismo guitarrero, en horas de la madrugada, esta vez entraría por el techo de la casa hasta descender en el bello patio andaluz y, en cuestión de segundos, se llevaría el fino estuche del instrumento que reposaba silenciosamente en el pasillo. La fiel guitarra, por fortuna, logró salvarse del insólito asalto gracias a que esa noche durmió abrazada, con su dueño, después de haber participado en una intensa noche de bohemia. El diestro Gerardo Gregorio al levantarse muy temprano en la mañana, aún sin enterarse de lo sucedido, comenzó a tocar la inolvidable Serenata Ingenua, de Rodrigo Riera. A los treinta segundos, fue interrumpido por su amada Gladys Margarita, quien le informaría lo ocurrido con su acostumbrado e inconfundible tono sostenido mayor: ”Mi amor, anoche te robaron el estuche de tu querida guitarra ¿Qué piensas hacer cariño mío? ¿Vas a llamar el 171 o te jugarás el 469 en todas las loterías?
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