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En el año de 1968, el equipo de beisbol
aficionado del estado Yaracuy participa exitosamente en los Juegos Deportivos
Nacionales, realizados en la ciudad de
Maracaibo. Dicha selección estuvo integrada por experimentados jugadores
quienes lograron pasar a la ronda final
del certamen. Una semana antes de emprender el viaje hacia la capital zuliana,
Pedro Manuel, padre del torpedero Esteban “Planchón” Garrido, le regala a éste,
un novedoso radio transistor azul marca Sanyo, adquirido en la empresa sanfelipeña El Palacio Eléctrico, de J. A Reyes Blanco llamando
a su teléfono No. 2256. Mientras tanto, su dinámica madre Antonia Celestina se
encargó de prepararle la maleta con la ropa que llevaría para el evento incluyéndole
además un frasco de colonia Yardley,
brillantina Muroline y tres pilas para el radio.
El día de la partida del equipo, desde que
salió el autobús de San Felipe hasta la llegada al puente sobre el lago de
Maracaibo, el inquieto “Planchón” mantuvo encendido su radio, a todo volumen,
por todo el trayecto. En vano fueron los llamados de atención, tanto de los
peloteros como del chófer, para que apagara el receptor. Finalmente, cuando
llegaron al hospedaje asignado a la delegación, lo primero que hizo el pelotero
fue ponerle pilas nuevas a su mimado radio
portátil para luego escuchar música hasta el amanecer, lo que motivó fuertes protestas
de las otras delegaciones que allí también se alojaban.
Una semana después, el aguerrido equipo
yaracuyano se enfrentaría a la poderosa novena de Miranda, para decidir el pase
a la ronda final. Apenas empezó el partido, comenzó a escucharse en la cueva de
Yaracuy música vallenata, a todo volumen, en el pequeño radio azul portátil hasta
el extremo de que el umpire principal, en el cuarto inning, tuvo que detener el
juego para llamarle la atención
enérgicamente al manager de Yaracuy, advirtiéndole que de continuar dicha bulla
distractora, proclamaría vencedor al otro equipo. Mientras tanto, uno de los aficionados que observaba el reclamo en las gradas, gritaba, a
todo pulmón: “Vergación, no aguanto el oído, apaguen ese radio”.
Al día siguiente, la delegación tuvo un merecido
descanso, el cual aprovecharon los peloteros para visitar Lagunillas, siendo alojados en
una casa de playa, propiedad de un familiar del serpentinero yaracuyano Oroño,
donde estarían hasta el atardecer disfrutando de un reconfortante baño playero
acompañado de varias botellas de anís
Cadena, suavizado con agua de coco y escuchando la música que salía del diminuto radio pelotero.
De regreso a la concentración, justo cuando
pasaban por la mitad del puente sobre el lago de Maracaibo, al talentoso
jardinero y bateador Franklin Longobardi se le ocurrió lanzar, sin previo
aviso, hacia las extensas aguas del lago petrolero al consentido radio de “Planchón”.
Lo último que se escuchó en el famoso
transistor fue: “Y la bola se va, se va y se fue…que molleja de batazo”.
De aquel inolvidable acontecimiento apenas
han transcurrido cincuenta años-sin embargo- “Planchón” sentado en su silla
playera, no pierde la esperanza de recuperar su consentido radio transistor azul marca Sanyo, para colocárle
de inmediato una pila nueva.
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