Foto cortesía de Magaly Martínez. |
Por: Héctor Camacho Aular
La última vez que pudo agarrar su guitarra
nochera, contrario a lo esperado, no quiso tocarla. Esta vez optó por dialogar
con ella en supremo silencio. La ocasión fue propicia para recordar las
enseñanzas aprendidas en el instrumento guiadas por su instructor boliviano,
experto en música sureña. La lira por su parte, muy emocionada, pidió permiso
para evocar los sonidos que tantas veces
salieron de su vientre para el público oyente siempre vestidos elegantemente de
zambas, milongas, chacareras, carnavalitos, tangos, pasillos, valses peruanos,
sin olvidar los pegajosos choros. Ella, aprovechó también la oportunidad para
exteriorizar la alegría que sintieron sus cuerdas cada vez que sonaban en su
laberinto aquellos valses académicos del
maestro Lauro, armonizados delicadamente por las manos de su fiel ejecutante.
El guitarrista nuevamente volvió a tomar la
palabra en la inédita conversación para exaltar, esta vez, los múltiples encuentros disfrutados en
compañía de sus amigos melómanos por los luminosos
escenarios de la bohemia citadina. Finalizada la conversación, entre la
guitarra y su ejecutante, ambos se abrazaron efusivamente y prometieron
solemnemente verse de nuevo.
Tres días después, el guitarrista daba
inicio a una gira celestial que lo llevaría a presentarse en muchos
lugares en la eternidad...
Qué bonito, compañero Tico!!
ResponderEliminarEl cámara es un gran personaje que recordaremos siempre. Particularmente esa forma tan auténtica de tocar los ritmos sureños cual si fuera un nativo. Una de mis preferidas: Paisajes de Catamarca...
Sadid Salcedo
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