Por: Eduardo J. Díaz Ayala
C.I. 4.972.210
El diálogo en el buen sentido de la palabra debe ser entendido como
aquellas conversaciones en las que las partes exponen sus ideas, sus puntos de
vista, sus argumentos en aras de llegar a un acuerdo. En el caso que nos ocupa,
para sentarse a dialogar las partes deben tener claros los objetivos que
persiguen y por supuesto que deben estar presentes unos principios, términos y
condiciones que lo sustenten basados en el reconocimiento y respeto de los
derechos y deberes que la constitución y las leyes establecen.
En política y en todos los ámbitos el diálogo juega un rol importantísimo
ya que de entrada implica que dos o más partes con posiciones contrarias o
encontradas se vean las caras en la misma mesa. Hay que poner a un lado el
fanatismo y radicalismo y a través de la discusión respetuosa, que no significa
asumir una actitud entreguista ni perdida, permite por vía del acercamiento y
de la conversa racional, explicar los argumentos, posiciones, actuaciones y
procederes de cada uno de los actores que se encuentran en la mesa, contando de
ser posible con mediadores reconocidos por su compromiso con los principios
democráticos y que mantengan una posición neutral con respecto a los
dialogantes.
En estos momentos en que en nuestro país hay una acentuada escasez de
alimentos y medicinas, ya elevada a nivel de crisis humanitaria, con una
ruptura del hilo constitucional recién declarada por la AN pero de vieja data,
ausencia de separación y respeto por los poderes públicos afectando el sistema
de contrapeso o control entre ellos, ilegal anulación de la AN elegida por el
voto popular, cierre de puertas al RR y de cualquier expresión popular mediante
el voto, prohibición y represión de manifestaciones públicas no afectas al
gobierno, un TSJ, CNE y tribunales, Fiscalía, Contraloría y Defensoría del
Pueblo a merced y voluntad del gobierno y con una fuerza armada indiferente, nuestro
país vive días aciagos e inciertos y que tienen a la población sumida en el
miedo y la desesperanza ante un régimen que se jacta de democrático en sus
palabras pero que en su proceder evidencia lo contrario.
La situación ideal en un país en el que el gobierno se jacta de declarar
que dentro de la constitución todo y fuera de ella nada, sería que se llevara a
cabo un diálogo provechoso y oportuno para lo cual se requiere una verdadera
voluntad política para conversar y alcanzar acuerdos en beneficio del
colectivo. Ello no ha sido así. Las pocas oportunidades en que el gobierno ha
aceptado sentarse a dialogar han sido cuando se ha visto doblegado y vencido
por las circunstancias derivadas de las erradas políticas económicas
implementadas pero al final dicho diálogo no ha sido sino un placebo empleado
para insinuar y dar la falsa imagen de buena voluntad y disposición, ganar
tiempo, apaciguar la protesta, confundir a la comunidad internacional y al
final diluir la grave situación volviendo nuevamente al punto de partida
arremetiendo contra el ciudadano y sus derechos.
A pesar de lo antes expuesto, el pasado 24 de octubre se comenzó a hablar de un
diálogo promovido por representantes del Vaticano, anunciado por la MUD, otros
lo llaman conversaciones o reuniones previas, pero en todo caso para ello no se
involucró ni informó a todos los líderes políticos y sociales y demás
integrantes de la coalición opositora. Ello es grave, si gravísimo por el
mensaje que transmite. Hace apenas un par de días la AN declaró la ruptura del
hilo constitucional, aunado a ello, los líderes oficialistas han declarado que
no cederán ni negociarán sus pretensiones, tildan de mentirosos, golpistas,
terroristas, apátridas a todos aquellos que se atreven a disentir y es por ello que más de un 80% del país requiere y exige una
unidad superior y monolítica para superar este trance. En el ambiente no se
siente ni se respira un ambiente de optimismo con este presunto diálogo. Este
régimen no se dejará doblegar a través de un diálogo y menos aún luego que dejó
en evidencia que no se someterá al escrutinio popular de ese pueblo con quien
dicen contar y al que día a día pisotea sus derechos. Hay que retomar esa
unidad superior y encausar hacia la libertad todas esas energías de un pueblo
reprimido y harto de tanto desastre. La voluntad de un hombre o de un grupúsculo
no puede estar por encima de un 80% del pueblo que los rechaza y el pueblo
mismo debe ser responsable de escribir el futuro que quiere hoy para las
generaciones futuras.
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edudiaz7858@gmail.com
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